martes, 30 de junio de 2009

Ojo Latino – De Luciano Benetton al desafío curatorial propio







El Ojo Latino – De Luciano Benetton al desafío curatorial propio


El arte no ha perdido su poder anticipatorio. Esa enorme capacidad de convergencia, contención e interpretación; de pura energía de descubrimiento, que suele derivar en un lento desvestido de las lecturas o los gustos tradicionales, que han regido durante siglos, casi siempre de modo totalizante.


En el caso de nuestro continente –aún no demasiado recorrido- pero que cautiva y caza a quienes desde lejos se han aventurado; obliga a adquirir una postura: el imborrable dibujo de su cruce por los límites del rito y la utopía, el mestizaje, las contradicciones de nuestras sociedades, pueblos y culturas.


Cuando la piel de lo diverso adquiere notoriedad y se plasma en un proyecto de antología visual, que respeta la abundancia de miradas y la existencia en todas ellas de un deseo de testificar; el lugar de los curadores es bastante más sutil y elaborado, al menos si desaparece la densidad del enfoque único, y la búsqueda, aguda como bajo la lluvia, la han debido realizar varios de ellos. De esa experiencia enriquecedora nació: El ojo latino.


Luciano Benetton pensó en una selección de arte latinoamericano que pudiera dar cuenta de ese: “nuevo proyecto del mundo y sociedad” que halló vivo durante sus viajes por el continente. No impuso un tema específico ni una técnica o escuela determinada, solo algunas particularidades, que fueron, al tiempo, acertadas, porque constituyeron desafíos para la inventiva. En primer lugar, los 200 artistas que participaron debieron apegarse al formato: un pequeño bastidor de 10 x 12 cm, que además de plantear un reto, dotó a la muestra de una identidad sólida y convergente, cercana a la idea del mosaico, que sutil con los espacios no jerarquiza ni distorsiona.


Otro punto interesante constituyó el equipo de 16 curadores regionales (Manuel Basoalto, Mariano Malacchini, Alfredo Torres, el escritor Antonio Skármeta, entre otros). Que redactaron en el libro catálogo sus impresiones de una región en la que se están, con cada vez más vigor y sostenimiento, apuntando lojos, manos y bocas, desde todas partes. Nuestra sensibilidad, que es algo más que pluralidad, atrae. Pero también, y no hay que negar, lo hacen la solidez y fortaleza de los proyectos de arte de América Latina. Los siglos de contacto con la plástica, y como remarca Skármeta, con una identidad que estableció ya desde los primeros días del mestizaje, imágenes propias del mundo. Además, de una relación creciente y cada vez más exitosa con el mercado, de la maduración de los gestores, curadores e instituciones, hasta el entendimiento de la necesidad de grandes y ambiciosos proyectos de difusión, que nos retraten sin minimizarnos ni distanciarnos.


El catálogo, que resultó en una edición de atractiva presencia, de pasta dura y llena de curiosidades, que bajo el sello Skira, una de las más prestigiosas editoriales italianas dedicadas al arte y la arquitectura, invade hoy las vidrieras europeas. También se pueden destacar las exposiciones que se realizaron de la selección, que recorrió varios países, y convocó a un público cada vez más interesado en las propuestas curatoriales, en los juegos de la producción, en el parlamento de la difusión.


Llegué al libro a través de uno de los artistas argentinos que fueron seleccionados en esta propuesta. Alberto Morales, el pintor de la Antártida, de cuyo ejemplar y cuadro hice algunas fotografías, con la evidente curiosidad de un testimoniado.


Francisco José Suárez


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